antonioperezrio

El dios de las ondas

In Durante el viaje on 17 marzo 2009 at 11:05 pm

Bouka es un pueblo del interior de Benin,  en el que conviven dos lenguas y tres culturas: los beriba, campesinos sedentarios musulmanes; los peul, seminómadas ganaderos; los gandó, que fueron niños beriba entregados por sus padres a los peul en régimen de semiesclavitud al descubrir que estaban malditos por motivos tales como haber desarrollado antes los dientes superiores que los inferiores u otras anomalías similares. Ejercicio de desecho de los inadaptados o rito destinado a mantener la cohesión frente a la heterodoxia, su fruto fue un pueblo de malditos que tuvo su propia lengua y que hoy sigue ocupando el escalón más bajo entre los pobres de Bouka y sus alrededores.

Llegué a Bouka bastante agotado, después de dos horas agarrado a una motocicleta que intentaba sortear los profundos baches que la temporada de lluvia había creado en el camino de tierra que llevaba al pueblo. Allí me esperaban Isidro y Paco, dos sacerdotes de la Sociedad de Misiones Africanas, que habían creado un pequeño taller de formación adosado a la misión en la que tenían sus habitaciones, un cuarto de estar y una cocina. Acababan de comprar su primer frigorífico e Isidro se pasaba el día controlando en el contador su consumo de energía, pues la electricidad la obtenían de placas solares y había que hacer muchos números y alguna pirueta para que salieran los cálculos. En los dos días que estuve en Bouka, la sombra de Isidro planeó sobre los interruptores que encendí y tardé en apagar. Pese a todo, la misión era un oasis precario en un desierto energético: en el pueblo no había electricidad, agua corriente ni teléfono, y la cobertura del móvil sólo alcanzaba caprichosamente a una loma cercana a la que había que subir con los dedos cruzados sin saber si el esfuerzo se vería coronado por la generosidad de las ondas.

Otro tipo de ondas mostraba su poder todas las noches, enfrente de la misión, donde me senté con Isidro y Paco a comer el turrón que me habían encargado llevarles en la mochila, mientras escuchábamos en un viejo transistor la retransmisión en la cadena Ser del Real Madrid-Sevilla. Paco llamaba a aquel lugar el salón de las estrellas y, sin duda, era un buen lugar para escuchar la derrota del equipo favorito y para soñar que Dios es grande y el ser humano, pequeño dios de la ondas, también lo es.

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